martes, 8 de junio de 2010

No sin la Iglesia

Cada uno tiene sus manías, sus tics, sus virtudes y sus defectos. Todos ellos pueden llegar a ser relativamente asumibles mientras no atormenten ni dificulten la existencia del prójimo, que bastante tiene con lo suyo. En menor medida estas actitudes están justificadas si se vuelven contra uno mismo pues proceden de esta manera a la autodestrucción y degradación progresiva de la propia identidad. Emerge así la figura del “anti” por excelencia.

Se trata de un tipo de personaje que se vuelca de tal modo en sus expresiones “anti-algo” que logra poner de manifiesto la relevancia de ese “algo” alzándolo por encima de su propia forma de ver la vida. De esta forma, el “anti” es incapaz de concebir su existencia de modo ajeno a aquello a lo que aborrece: ¡no puede vivir sin ello!

Un caso práctico y ejemplar de esta situación es la de los periodistas, humoristas y tertulianos que son incapaces de desarrollar sus artículos, discursos, bromas u opiniones sin dejar caer algún tipo de comentario más o menos directo o colateral en forma de crítica destructiva y lesiva –normalmente sin conseguir lo principal de su objetivo- contra la Iglesia.

Sin ánimo de entrar a analizar o valorar este tipo de prácticas que, en mi opinión, reflejan muy bien cuál es el modus operandi de estos críticos de la Iglesia y cuáles son los flancos fáciles por los que atacarla -silenciando sus auténticas y múltiples bondades-, me parece que de nuevo en este transfondo de oscuridad puede rastrearse un sugerente destello de la luz de la gracia.

Haciendo votos por cumplir con el dificilísimo mandato de Jesús –“rezad por vuestros enemigos y amad a los que os odian”- percibo que rezando por estas personas y acogiendo de forma compasiva sus arremetidas, podemos extraer una bella moraleja. Si los “anti-Iglesia” nos muestran que son incapaces de vivir sin la Iglesia para poder llevar a cabo su misión, los cristianos podemos recordar que estamos en este mundo para llevar a cabo la misión que Jesús nos encomendó pero que ésta no podrá ser lograda en plenitud si no lo hacemos en, como y desde la Iglesia.

De esta forma, siguiendo la Plegaria Eucarística III, la Iglesia a través de Jesucristo vuelve a ofrecerse como víctima de reconciliación, formando un solo Cuerpo y un solo espíritu, y trayendo la paz y la salvación al mundo entero. Para el creyente cristiano, esto sólo es posible merced a la gracia de Dios y a la mediación de la Iglesia que en su peregrinación salvífica en la tierra tiene mucho que ofrecer y que recibir de todos los hijos de Dios dispersos por el mundo. Esto podría ser de múltiples formas, pero los cristianos, y parece que también algunos “anti-Iglesia”, parece que coincidimos en que si esto ocurre será no sin la Iglesia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario