miércoles, 8 de diciembre de 2010

Sobre el dogma de la Inmaculada Concepción


El 8 de diciembre se celebra la fiesta de la Inmaculada Concepción. Se trata de un dogma reciente y bastante desconocido sobre el que se han escrito muchas cosas. Recientemente X. Pikaza ha publicado un texto bastante ilustrativo a este respecto de modo que recomiendo su lectura.

Sin embargo, este dogma de la Inmaculada Concepción sirve para sacar a relucir una serie de aspectos acerca de la comprensión de los dogmas en general. Para ello entenderemos por ‘dogma’ aquella verdad definida de modo tradicional y comunitario y siendo considerada como incuestionable por el colectivo o grupo que la define. En el caso del catolicismo, obviamente, este colectivo es la Iglesia Católica. Una vez aclarada esta cuestión, veamos ahora los aspectos indicados:

1) En cuanto “verdad definida”, quien expone dicha afirmación trata de expresar una descripción lo más precisa y adecuada posible a la realidad que trata de comprender o de hacer comprender. En este sentido hay dos cuestiones relevantes: a) la de la verdad de la afirmación; y, b) la de la certeza de que dicha afirmación sea efectivamente verdadera. En otras palabras quien define un dogma debe encontrarse frente a una cuestión suficientemente trascendente ante la cual ofrece una definición igual de trascendente. Mirando las veces en que la Iglesia ha recurrido a la formulación de dogmas a lo largo de su historia, se puede constatar que pocas son las cuestiones extraordinarias que requieren definiciones extraordinarias.

2) En línea con lo anterior, hemos señalado que el dogma se define de modo tradicional y comunitario. Es decir, un dogma auténtico no surge por capricho ni mucho menos se improvisa. Para que surja el dogma deben existir al menos una experiencia previa y práctica de la realidad que se trata de definir, una serie de preguntas o problemas que lo determinan y contextualizan, y, por último, un consenso a la hora de perfilar las líneas fundamentales de su comprensión. Todo ello, unido a un periodo de tiempo prudencial, posibilita la generación de un dogma auténtico, esto es, válido y aceptable por la comunidad. En el caso de la Inmaculada Concepción la necesidad de definir la condición extraordinaria de María y de su modo de acoger la voluntad de Dios puso el problema sobre la mesa. Tras años, más bien siglos, de controversia teológica (incluyendo serias objeciones de grandes teólogos), la cuestión estuvo suficientemente –aunque quizás no totalmente- madura para ser definida como tal en 1854 por el papa Pío IX.

3) Un tercer aspecto del dogma es su condición de incuestionable. En cuanto verdad fundamental o básica, un dogma aspira a permanecer vigente y válido conforme al paso del tiempo. Sin embargo, esta pretensión no debe llevarnos a una comprensión granítica ni petrificada del dogma. Como tal el dogma delimita el terreno de discusión teológica sobre el aspecto que toca, pero ni mucho menos determina ni todos ni cada uno de sus detalles ni matices, ni siquiera determina la posibilidad de ser cuestionado o enriquecido por virtud de la crítica. Por ello no debe excluirse en ningún momento la oportunidad de exponer al mismo dogma al criterio de la crítica que permita determinar su auténtica validez de modo que impida que el engaño (o, peor aún, el autoengaño) pueda ser posible.

4) Por último, el dogma se enfrenta al problema de cualquier expresión de una verdad: su aceptación y su rechazo. Sobre este aspecto hay que hacer dos aclaraciones básicas. en primer lugar, el dogma como tal tiene una pretensión de validez concreta que no debe ser ni mayor ni menor de la que pretenda abarcar. Por tanto, tan osado es despreciar sus indicaciones en el campo de la materia que define, como extralimitarse y aplicarlas a otras dimensiones que no le competen. La segunda aclaración es aún más básica: todos sabemos que no hay peor sordo que quien no quiere escuchar y que la ignorancia es, con frecuencia, muy osada. De ahí que quien no se vea o se sienta afectado por la materia que define el dogma puede optar entre ignorarlo o criticarlo, pero no banalizarlo o desecharlo en virtud de un prejuicio infundado. En el caso de la Inmaculada Concepción ambos excesos han rodeado a su expresión dogmática. Basta con profundizar un poco en las creencias (que no conocimientos) de la gente, creyentes o no, sobre este dogma para comprobar que se confunde concepción con virginidad o que en ocasiones se le intenta proyectar contra otros dogmas más decisivos, como los genuinamente cristológicos, llegando incluso al extremo de caer en excesos pseudo-teológicos como la comprensión de María como Co-Redentora.

Conclusión: en esta fiesta de la Inmaculada Concepción, junto al propio fundamento de la fiesta de hoy, puede ser edificante tanto en el terreno personal como en el eclesial, retomar la cuestión de cómo se construyen, consolidan y proyectan hacia el futuro los cimientos de nuestra fe. Entre ellos están los dogmas, expresiones acertadas de una tradición y una vida eclesial que nos pueden servir como guías para hacer nuestra propia peregrinación hacia Dios de manera más adecuada. ¡Feliz día de la Inmaculada Concepción!

1 comentario:

  1. los unicos dogmas aceptables en el evangelio del reino son los entregados por el Espiritu Santo> Estos fueron entregados a PAblo, Juan y Pedro. Lo demas es otro evangelio.

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