domingo, 17 de junio de 2012

La casa de putas

Con cierta perplejidad he seguido el curioso proceso por el cual algunas regiones españolas se disputan el negocio de la instalación de un complejo económico similar al que ejemplifica la ciudad estadounidense de Las Vegas y que, popularmente, se ha denominado Eurovegas.
Mi perplejidad no se limita al afán mercantilista que han puesto en juego las comunidades autónomas implicadas, sino que también se amplía al peloteo y la pleitesía que se podría estar brindando al empresario inversor (considerando la opción de ciertos privilegios fiscales), así como al simple hecho de que nadie se paraba a cuestionar que el objetivo planteado seguramente no justificaba en ningún caso los medios a emplear.
Hasta que un día, un banquero hablando de la dificultad de generar puestos de trabajo se refiere colateralmente al proyecto catalogándolo de modo despectivo como “una especie de casa de putas”. Sin embargo, el proyecto sigue siendo estudiado y los políticos siguen afilando sus uñas para llevarse el gato al agua. Para mayor sorpresa, los principales argumentos contrarios al proyecto son de índole ecologista: parece ser que el principal inconveniente es que Eurovegas es incompatible con el entorno elegido para ubicarla y con el ecosistema que en él rige.
Y, por fin, y a la espera de que alguien con profundo sentido político se les una aparecen dos obispos -el de Getafe y el de Castellón-Segorbe- y alzan su denuncia sobre un proyecto que no es admisible por varias cuestiones esenciales que me limito a citar pero que son fácilmente entendibles:
  • una cosa es lo legal y otra lo moral
  • los valores económicos y materialistas son legítimos pero ha de saberse que priorizarlos en exceso sólo trae resultados económicos y materialistas.
  • es preciso pensar y repensar el papel del ser humano como sujeto y objeto de la cuestión moral, al menos en dos sentidos: el protagonismo de la persona y su papel dentro de la ecología.
Cada cual haga su reflexión, si bien la ética no suele llevarse bien con los atajos y con los apaños morales. Yo, personalmente, mientras escribo esta sencilla reflexión me acuerdo del imperativo categórico kantiano que exhortaba a obrar de tal manera que la máxima de tu actuación pueda servir como ley universal de acción moral. Y si el imperativo categórico es aplicable, según Kant, hasta “en un pueblo de demonios”, también lo es para “una casa de putas”.

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