Año Nuevo y el número 13 son dos
ingredientes sugerentes para reflexionar acerca de cuáles deben ser
algunos de los auténticos fundamentos no sólo de nuestros buenos
propósitos sino de nuestro proyecto de vida en su totalidad. Es
decir, tanto los propósitos como las supersticiones son irrealidades
y ficciones que dejan su realización o su posibilidad de realización
a merced de la voluntad y el permiso de quien los enfrenta o se los
plantea.
Si para muchos el número 13 es motivo
de pesimismo o superstición, lo cierto es que para otra mucha gente
lo es de todo lo contrario, aparte de que como toda superstición la
obstinación de la realidad deja ver a las claras que las
supersticiones sólo pueden subsistir en la mente de los que les
conceden credibilidad.
Sin embargo, hay otra razón vinculada
a lo ya citado que nos hace descartar radicalmente el presunto
poderío de la superstición y esa razón no es otra que la
convicción teológica, cristiana, católica de que la historia está
abierta y que sus principales capítulos están por escribir. Sea
ante la adversidad o ante los acontecimientos favorables, la acción
humana (presuntamente libre y responsable) tiene algo que decir
-quizás mucho más de lo que cree-.
Ante esta panorámica, ¿será el año
2013 un año proclive al pesimismo o al optimismo? Quisiera decir que
es un año orientado hacia el optimismo, pero para que no se quede en
una ilusión o en una mera opinión parcial o ventajista, lo mejor es
mentalizarse para comprometerse a lograr que esa perspectiva se
convierta en realidad.
Siempre es la hora de la mentalidad. Y
una mentalidad positiva puede lograr grandes cosas, al igual que una
mentalidad negativa puede lograr teñir de sombras el futuro. Por
eso, más allá de supersticiones y de otras circunstancias, el 2013
es una invitación a revisar nuestra mentalidad. Estamos llamados a
lo positivo y a lo grandioso. Es más, podemos y debemos gritar que
¡nos merecemos algo mejor! El 2013 es el primer campo de trabajo
para empezar a hacerlo realidad. ¡Ánimo en el empeño!
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