La fiesta de la Conversión de San
Pablo pone de relevancia, un año más, la importancia fundamental de
la conversión en la vida de cualquier persona en general y del
creyente cristiano en particular. Dada por supuesta esta realidad del
auténtico progreso y desarrollo en el ser humano, la cuestión que
procede hacerse es la siguiente: ¿Convertirse en qué?
Mirando como ejemplo el relato de la
conversión de San Pablo podemos extraer un esquema orientativo sobre
las pautas de una auténtica conversión en clave cristiana:
1) Convertirse a Dios. La
conversión de San Pablo refleja que hay experiencias intensas,
extremas e incluso límites, que se nos muestran como oportunidades
de cambio radical conformando de esa manera un antes y un después de
quien las vive. Si Pablo pasó de máximo perseguidor a máximo
propagador del cristianismo, el creyente vive en algún momento de su
vida la experiencia profundamente transformadora de encontrarse con
Dios cara a cara y no sólo eso, sino que esa experiencia viene
mediada por una circunstancia rotundamente comprometedora. De ahí
que la auténtica conversión suscite una inquietante pregunta: ¿cuál
es el compromiso fundamental de mi existencia?
2) Convertirse a uno mismo. Cuando
Pablo se levanta para seguir su camino hacia Damasco posiblemente una
pregunta rondaba su cabeza: ¿quién soy yo realmente? Pablo vive y
responde esta pregunta de forma radical (desde la raíz): “Ya no
soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,
20). Hay muchas formas de entender este planteamiento, pero desde una
óptica genuinamente cristológica la vivencia desde Cristo no ha de
concebirse como una anulación de la propia personalidad, sino al
contrario, como una promoción de la misma hasta extremos de índole
escatológica.

Por todo ello, a modo de conclusión,
se puede decir que la auténtica conversión conlleva un
planteamiento comprometedor de la propia existencia que promueve la
personalidad del creyente en todas sus dimensiones de tal modo que le
posibilita abrirse al futuro con toda la confianza de poner en juego
la vida entera.
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