viernes, 25 de enero de 2013

Convertirse sí, pero ¿en qué?

La fiesta de la Conversión de San Pablo pone de relevancia, un año más, la importancia fundamental de la conversión en la vida de cualquier persona en general y del creyente cristiano en particular. Dada por supuesta esta realidad del auténtico progreso y desarrollo en el ser humano, la cuestión que procede hacerse es la siguiente: ¿Convertirse en qué?

Mirando como ejemplo el relato de la conversión de San Pablo podemos extraer un esquema orientativo sobre las pautas de una auténtica conversión en clave cristiana:

1) Convertirse a Dios. La conversión de San Pablo refleja que hay experiencias intensas, extremas e incluso límites, que se nos muestran como oportunidades de cambio radical conformando de esa manera un antes y un después de quien las vive. Si Pablo pasó de máximo perseguidor a máximo propagador del cristianismo, el creyente vive en algún momento de su vida la experiencia profundamente transformadora de encontrarse con Dios cara a cara y no sólo eso, sino que esa experiencia viene mediada por una circunstancia rotundamente comprometedora. De ahí que la auténtica conversión suscite una inquietante pregunta: ¿cuál es el compromiso fundamental de mi existencia?

2) Convertirse a uno mismo. Cuando Pablo se levanta para seguir su camino hacia Damasco posiblemente una pregunta rondaba su cabeza: ¿quién soy yo realmente? Pablo vive y responde esta pregunta de forma radical (desde la raíz): “Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20). Hay muchas formas de entender este planteamiento, pero desde una óptica genuinamente cristológica la vivencia desde Cristo no ha de concebirse como una anulación de la propia personalidad, sino al contrario, como una promoción de la misma hasta extremos de índole escatológica.

3) Convertirse a los demás. En el proceso de conversión quizás el paso más difícil sea el de acoger a los demás y, especialmente, el de dejarse acoger por los otros, especialmente de aquellos que no son tan afines a mi forma de ser y de pensar. Si Pablo tuvo que dirigirse a la comunidad cristiana de Damasco y dejarse interpelar por ellos y su recelo ante su llegada, el creyente en su conversión expresa de forma especial su fe a la hora de apostarlo todo por el futuro al que se abre y en el que pretende volcar toda su vida.

Por todo ello, a modo de conclusión, se puede decir que la auténtica conversión conlleva un planteamiento comprometedor de la propia existencia que promueve la personalidad del creyente en todas sus dimensiones de tal modo que le posibilita abrirse al futuro con toda la confianza de poner en juego la vida entera.

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