viernes, 13 de febrero de 2009

Dawkins “superstar”

La primera vez que escuché hablar del etólogo británico Richard Dawkins fue en un típico curso de inglés para extranjeros en Cambridge. Es curioso, pero este tipo de cursos se convierten sin pretenderlo en una especie de sesión de terapia de grupo o entrevista de grupo en la que una serie de personas aprovechan su presunto anonimato para contar su vida y milagros a partir de un tema aparentemente azaroso con la única limitación de su insuficiente nivel de una lengua extranjera, razón por la que se supone están allí. En aquel curso, una de las profesoras, relativamente joven (unos “taitantos” años) propuso un texto de este científico y enseguida empezó a llamar mi atención la vehemencia y el apasionamiento con que le describía a él y a su obra científica. Parecía que había encontrado en aquel hombre a su mesías, pues no en vano muchos de los seguidores de Dawkins afirman, supongo que con las pertinentes reservas, que “Dawkins es dios” (lo pongo en minúsculas por razones obvias y por deferencia con Dawkins, que no sé cómo reaccionaría al ser comparado con su bestia negra: el Dios judeo-cristiano).

En cualquier caso, no me hizo falta saber mucho inglés para cerciorarme de que las ilusiones que aquella buena mujer tenía en su gurú personal respondían al más rancio y decadente neopositivismo. Análogamente, a poco que uno se ponga a hurgar en la vida y obra de Dawkins comprobará que es muchísimo más el ruido que las nueces.

Pero el caso es que fui a Cambridge a aprender inglés (objetivo que conseguí muy parcialmente) y, sin embargo, a quien sí conocí fue a “Dawkins superstar”. A veces no has oído hablar de algo o alguien y de repente esa persona empieza a hacerse presente por todas partes. Entras en una librería y te topas con un libro de este señor, vas a subir a un autobús y en su carrocería hay un anuncio ateísta con un lema inspirado por él, te conectas a internet y se habla de sus últimas declaraciones, te tomas un café con un amigo y de repente sale su nombre a la palestra…

¿Qué tiene Dawkins para convencer de esa manera tan facilona a algunas personas? Es difícil decirlo, así que lo mejor será decir qué no tiene Dawkins ni para aspirar a ser una “superstar” ni para lograr el asentimiento de gente que, quizás, inocentemente, no puede, no sabe o no quiere tomarse la molestia de hacer una crítica a lo que propone y dice. Fundamentalmente se me ocurren cuatro razones a tener cuenta:

1) Si la ciencia no lo es todo, el cientificismo menos. Se puede ser un maestro en biología a la vez que un redomado ignorante. Es indudable que la carrera científica de Dawkins avala que es mucho lo que él sabe de biología. Pero no es menos cierto que saber mucho de biología no lo es todo. Cualquier persona que tenga un poco de respeto y pasión por el conocimiento en general, sabe que la humildad es básica pues, entre otras cosas, cuanto más avanzamos en nuestro conocimiento mayor es el vértigo al tomar conciencia de la gigantesca aventura en la que se ve envuelto el investigador.

2) La ceguera neopositivista. El neopositivismo retoma la convicción positivista de que la ciencia logrará algún día darnos todas las respuestas a nuestras preguntas. Por tanto, para esta corriente, ni arte, ni religión ni filosofía podrán ofrecer esas respuestas con las mismas garantías que la ciencia. Sin embargo, la ceguera neopositivista consiste en no ver o no querer ver que la propia ciencia no sólo nos va aportando información (que no reflexiones) sobre la realidad sino también sobre sus propios límites para poder dar respuestas a la misma.

3) Las consecuencias de su forma de pensar. En algunas formas del pensamiento de Dawkins encontramos huellas de sentimiento de superioridad moral, escepticismo y cierta falta de respeto por la especificidad del ser humano (seguramente una cuestión más afectada por la teoría darwinista que la del origen del mundo). Para contestar a esto recurriremos a un pensador que experimentó su madurez filosófica tras curarse de su positivismo: Ortega y Gasset.

Sobre lo primero, sobra decir que el afán de superioridad moral suele ser una proyección de su opuesto: el complejo de inferioridad. Dawkins se equivoca gravemente al tomar por inferiores o juzgar maliciosamente a quienes piensan distinto que él, a la par que nos hace preguntarnos por qué alguien con una teoría tan “poderosa” ha de recurrir a estos medios. De hecho, uno de los grandes puntos débiles del darwinismo está en las terribles consecuencias que puede adoptar en los ámbitos de lo social y lo político: el darwinismo social. Ortega afirma con ironía que pudo percibir por primera vez con claridad los límites de la ciencia y los excesos del positivismo cuando mientras escuchaba a un científico afirmar que la ciencia era capaz de explicar el comportamiento moral (o inmoral) de los seres humanos.

Sobre lo segundo, bastará con parafrasear a Ortega cuando afirma que “todo principiante es un escéptico y todo escéptico es un principiante”. Da la sensación de que la fuerza de Dawkins no está en su ciencia sino en su sofisticado entorno mediático. En efecto, cuando alguien, incluso de modo tierno, le aprieta las clavijas intelectuales, enseguida pone en marcha el ventilador de ocurrencias a la defensiva (ver vídeo más abajo).

Finalmente, sobre las presentaciones reduccionistas del ser humano como “algo” estrictamente biológico habría que preguntar si la ciencia (y con ella el evolucionismo) hubiese sido posible sin la especificidad del ser humano, entre otras cosas como sujeto. Precisamente Ortega contrasta a Darwin con Kant, el filósofo que nos hizo entender que todo conocimiento tiene algo de subjetivo, en cuanto que sólo es posible por ser cognoscible por un sujeto. Mientras que Kant ha situado a tal altura la dignidad del hombre que lo ha hecho legislador sobre las cosas que hay en el universo; por su parte, Darwin ha rebajado esa dignidad del hombre a su punto más bajo, haciendo del hombre un eslabón más de la escala zoológica (un asunto, por cierto, mucho más espinoso que el de la creación del mundo). Pero Darwin no podía haber hecho lo que hizo si no hubiese visto los datos que recopiló desde una teoría que, en cierto modo, era una legislación sobre las cosas, con lo que Kant tenía razón.

4) La falta de honestidad. Muchos críticos de Dawkins consideran que en los últimos años se ha dejado llevar por soluciones simplonas y por el recurso a la provocación y la polémica artificial. Especialmente llama la atención su escandaloso desconocimiento de cuestiones teológicas, menor que el de un niño preparándose para su primera comunión, y filosóficas. Dawkins no sabe ni quiere saber de teología o filosofía. La fe le parece algo indigno del hombre, quizás olvidando que el positivismo siempre conduce a convertir la ciencia en la nueva religión de la fe científica (ya se sabe: “¡quítate tú, que ya me pongo yo!”). Por tanto, sus precipitadas conclusiones y sus furibundos y obsesivos ataques no sólo nos privan de conocer el verdadero alcance de sus tesis, muy discutibles y discutidas por otros biólogos, sino que revelan cierta incapacidad para el diálogo y probablemente la búsqueda del éxito y del aplauso fácil (como el del vídeo).

Moraleja: Acabo de hablar con una amiga licenciada en biología que me dice no saber nada de Dawkins. Sin embargo, su nombre sale en todas partes y sus libros ocupan algunos de los mejores puestos en los escaparates. Pienso en mi profesora de inglés en Cambridge o en la gente que inocentemente navega por internet o zapea en sus televisores, y me pregunto hasta qué punto tragamos con cosas que camuflan su falsedad en envoltorios mediáticos o en presuntos honores sociales o científicos, pero que difícilmente superarían la criba de seguridad y calidad que nos ofrecen una buena formación, los libros interesantes o nuestra propia capacidad crítica e intelectual a veces adormecida por nuestras inercias y nuestra pasividad.

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