Un año más, y ya vamos por la 50º edición, el mes de febrero se abre con la ‘Campaña contra el Hambre’ convocada por la ONG católica ‘Manos Unidas’ bajo el lema “Cincuenta años después, seguimos en guerra contra el hambre”. Como evoca este lema, hay cosas que parecen no cambiar. ¿Realmente es así? ¿O hay motivos para la esperanza?


En la etapa de la compasión (que significa “padecer o sentir con”) nos damos cuenta de que hay dos cosas que nos ayudan a desarrollarla: la exposición, es decir, la cercanía al problema y a las personas que lo sufren; y la revelación o la información que nos ayuda a ser conscientes de la realidad y de lo que supone el problema en cuestión.
En la etapa de los cambios estructurales percibimos que detrás de algunos problemas, como el del hambre, hay estructuras políticas y económicas que lo generan o incluso lo potencian y perpetúan. En este momento nuestra visión del problema se complica porque dudamos entre echarnos a un lado y rendirnos o comprometernos más y luchar, y aún así dudamos: ¿es más operativo el trabajo curativo o el preventivo?
La humildad, tercera etapa, nos ayuda a resolver el dilema anterior con una simple aclaración: “el pobre puede y debe salvarse a sí mismo”. Y no sólo eso, el pobre no sólo no necesita lecciones sino que es él quien puede enseñarnos. ¡Debemos aprender de la sabiduría del pobre! Como dice A. Nolan, los pobres son oportunidades e instrumentos de Dios para actualizar su salvación en nuestras vidas.
El proceso espiritual acaba su recorrido en la estación de la solidaridad. Tras acercarnos a la humanidad de los pobres y comprobar cómo ella nos ha ayudado a tomar conciencia de la nuestra, ya podemos comprender que “ellos” y “nosotros” somos un único “nosotros”, que estamos en el mismo lado: en el lado de Dios que nos hace hermanos.
En conclusión, cuando los discípulos fueron a decirle a Jesús que la muchedumbre tenía hambre, él les replicó que les dieran ellos mismos de comer. De cinco panes y dos peces hubo comida para muchos e incluso sobró. Su palabra fue el impulso para obrar el gran milagro de la solidaridad (en cristiano, fraternidad): cuando nos amamos unos a otros como hermanos, hay cantidad suficiente para todos y sobra para repartir a muchos más.
El problema del hambre no es sólo un asunto de comida. Es, fundamentalmente, una cuestión de justicia y por tanto hay que tomar partido en ella. Los primeros que lo comprendieron fueron quienes se sentaron a comer con Jesús en su última cena, en un bello gesto humanizador antes de ser crucificado injustamente por ser el Justo entre los justos. Hoy, nos corresponde a nosotros invertir el proceso, saliendo al encuentro de los injustamente castigados por la plaga del hambre e invitarlos a comer en la mesa de Jesús.
Que la gracia de Dios inspire nuestros compromisos con la justicia, que bendiga a instituciones como Manos Unidas y sus campañas, y siga alentando a personas que, como Albert Notan, nos remueven la conciencia y nos recuerdan que hemos de dar gratis (desde la gracia) lo que hemos recibido gratis (por la gracia).
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