lunes, 1 de junio de 2009

Arte e Iglesia

La relación de la Iglesia con el arte es indisoluble y al mismo tiempo poliédrica. Tiene muchas caras, algunas más positivas y otras con connontaciones negativas. Pero lo cierto es que, a lo largo de la historia, la Iglesia se ha servido del arte como instrumento catequético y doctrinal (con sus abusos incluidos) y el arte de la Iglesia como mecenas y evocadora de temas dignos de la genialidad artística (también con sus limitaciones incluidas).

La Iglesia ha encontrado en el arte una forma de expresión en la debilidad y en la persecución (por ejemplo, las catacumbas) y en la prepotencia y en la hegemonía (por ejemplo, la basílica de San Pedro en Roma y sus funestos medios para ser financiada, tal y como denunció Lutero). No obstante, en ambos casos hay un denominador común: arte e Iglesia (entendida como expresión humana y divina de la fe católica) nos hablan de lo que nos trasciende, de lo que va y se muestra más allá del ser humano y, por tanto, no es, al menos en última instancia, susceptible de nuestra manipulación.

Mi amiga Gloria, gran persona y mujer de sinceridad humilde, me contó en más de una ocasión cómo replicaba a sus compañeros de la facultad, tildándoles de estúpidos cuando se quejaban por el escándalo de la ostentación de las llamadas “riquezas” artísticas de la Iglesia. Lo que la Iglesia posee es un inmenso patrimonio, eso nadie lo discute. Pero lo que tampoco se puede discutir es que ese patrimonio está expuesto para el disfrute de quien quiera acceder a él.

Se da, por tanto, una paradoja: los creyentes que deberíamos sentirnos más incómodos con el excesivo patrimonio eclesiástico -por lo que tiene de anti-testimonio evangélico- lo defendemos acríticamente, y los no creyentes, que tienen en este patrimonio su principal fuente de deleite estético y cultural, lo critican como si fuera su propia fe la que se viera cuestionada por tal incoherencia. Así, nos podemos encontrar con feligreses que, yendo a Roma a celebrar su fe, se distraigan con la experiencia estética de extasiarse con la Capilla Sixtina. Y a su vez nos podemos encontrar con ateos que, yendo a Roma a ver la Capilla Sixtina, se acaben viendo envueltos en un ejercicio espiritual de fundamentar lo que creen y lo que dejan de creer. En mi opinión, lo mejor sería ir a Roma o a cualquier lugar artístico y religioso sin renunciar a ninguna de las dos dimensiones: la artística y la religiosa.

Hay personas anti-religiosas, personas anti-artísticas y personas anti-científicas. Peor aún, hay personas que tienen estas tres “anti-facetas”. Pero la vida humana no es cuestión de ser “anti” o no, sino de ser humano y humanizador. Si no se cumple este requisito, cuando somos “antis” podemos incurrir en una injusticia, bien por dejamos llevar por intereses contrarios al bien común, bien por ignorancia de los daños colaterales que ello puede ocasionar. O incluso por ambas al mismo tiempo.

Un ejemplo de esto lo encontramos en la desamortización de Mendizábal (1836-37). Lo que en principio era una medida para redistribuir la riqueza y las propiedades eclesiásticas –bajo las premisas anticlericalistas- se convirtió en un chanchullo jurídico-económico que, lejos de distribuir esas riquezas se limitó, en muchos casos, a cambiarlos de manos, pasando a ser propiedad de otros grupos de la clase alta de la sociedad.

Recientemente he visitado Madrigal de las Altas Torres, el precioso pueblo abulense en el que nació Isabel La Católica. Allí se encuentra el convento de San Agustín Extramuros, memoria de algunas glorias de la orden agustina como fray Luis de León, motivo de orgullo y preocupación para los habitantes de Madrigal, y ejemplo de lo que pretendo mostrar con esta entrada.




¿A quién beneficia el estado tan lamentable de un bien de interés cultural? ¿A quién beneficia que desaparezcan monasterios, conventos y quienes los moran y, muchas veces con grandes sacrificios, mantienen en pie? ¿A quién le da lo mismo el estado de este patrimonio histórico-artístico y la posibilidad de ponerlo al alcance del disfrute de la gente? ¿A quién se le ocurre anteponer ideologías e intereses creados a la rica realidad que nos brindan estos monumentos y sus circunstancias?

A mí no. A la mayoría de los habitantes de Madrigal, me pareció entender que tampoco. Supongo que cada cual tendrá que dar su respuesta y lo que parece claro es que no vale contestar de cualquier manera. Eso sí, como siempre las respuestas deberían ser, al menos, reflejo de la talla humana de quien las da.

¡Ah, y al volver de Roma, no dejéis de daros una vuelta por Madrigal!

2 comentarios:

  1. ¡Que bueno lo que escribiste! Así me gusta reviindicativo. Hay que organizar más excursiones y hacer otras "cartas protesta". Genial!

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  2. Hola.Lo que esta entrada me hace realizar es que tenemos prejuicios.Y muchos, hoy mi profesor me confesó ser de derechas, y lo primero que pensamos fue:"Vaya decepción, este será un facha, un pijo y un cursi".Pero lo conocemos desde hace mucho, y sabemos que eso no es.Muchas veces, los que afirman ser NO cristianos, tienen el mismo problema, la ignorancia nos ha llevado a tales límites que juzgamos por lo que dice ser y no vemos el transfondo(en el caso de las Iglesias, cultural)de las cosas/personas.Y estoy seguro que una persona de izquierdas es menos tolerante que una de derechas.Igual que un no cristiano, es menos tolerante que un critiano.No sé, es sólo una humilde opinión.Igual tampoco tengo la edad para opinar de estas cosas tan complejas.

    Cuídate.(Anisoara :D)

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