Aprovechando que comienza el Adviento,
quizás pueda ser una buena oportunidad para realizar cierta
introspección espiritual que, dado el contexto de crisis, no caiga
en lo exageradamente abstracto. Si en el primer domingo de Adviento
se nos invita a levantar la cabeza, puede que lo que proceda sea
preguntarnos qué es lo que nos hace estar cabizbajos o qué no nos
permite mirar hacia arriba o hacia delante.
En mi opinión, uno de los factores que
nos tienen descolocados es cierto intrusismo espiritual. No es sólo
que hayamos permitido que nos volteen nuestras escala de valores,
sino que además de modo consciente o inconsciente, empleamos muchas
de nuestras fuerzas y energías en promover y potenciar tan funesta
dinámica. Tal intrusismo espiritual consiste en haber incorporado
valores materialistas, superficiales y capitalistas a nuestra vida
hasta tal punto que el problema ya no es sólo que no nos rebelemos
contra ciertas pautas, sino que incluso hemos olvidado que tendríamos
que hacerlo.

No obstante, se me ocurren dos puntos
de reflexión a la hora de enfrentarse al reto de rebelarse contra
nuestras esclavitudes cotidianas (y del sistema, si se quieren
añadir). La primera es la exigencia cristiana de ser trigo en medio
de la cizaña pues todo cambio evangélico debe asumir el contexto a
transformar como contexto propio y no como algo postizo o aislado que
no me afecta o no me debería afectar. Por ello, afrontar los
problemas y las dificultades ha de ser un reto y un estímulo para
los cristianos y no tanto una excusa para dimitir de la esperanza.
La segunda se refiere al principio
básico de la Doctrina Social de la Iglesia que antepone el valor de
la persona ante cualquier idea o planteamiento social, político o
económico. Es por eso que restaurar y refrescar mi identidad como
persona (lo que soy, lo que valoro, lo que me apasiona) puede y deber
ser el principal motor de la crítica y la autocrítica ante lo que
me trata de esclavizar.
Sé que no es fácil esquivar ciertas
trampas de nuestro mundo cotidiano, sin embargo, desde la fe
cristiana es posible mirar hacia arriba y encontrar en el Mesías una
profunda convicción para confiar en que se acerca nuestra
liberación: la invitación a aceptar el desafío de ser libre y
combatir las perversiones del sistema desde dentro y la apuesta por
ser persona y ayudar a los demás a ser personas que sean y se
sientan en cada momento sujetos de su realización y su felicidad. Si
esto no nos moviliza, al menos debería descongelar alguno de
nuestros planteamientos atrofiados por la rutina. Si aún así, no
fuera suficiente, mirar al Belén es siempre un recordatorio
profético y espiritual de que, aunque quisiéramos, no podemos cejar
en el empeño de contribuir a aumentar la justicia y el derecho en
nuestra tierra.
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