El Adviento nos ofrece la figura
alentadora y estimulante de Juan Bautista. No se trata del
protagonista de la historia aunque su rol y su papel bien pudiera
merecerlo. Su grito profético es una inspiración para el creyente:
“preparad los caminos al Señor”, pues vivir en crisis es en
buena manera una forma de estar buscando la forma de salir de ella.
Uno de los rasgos de las crisis es que
quien las viven en primer plano, suelen tener por misión preparar
los caminos de la salida de la crisis. Esta dinámica de sembrar y de
sentar las bases para el futuro presupone una fortaleza espiritual
encomiable pues no sólo afecta a la exigencia de la misión de
encarar directamente las causas de la crisis, sino que esto ha de
hacerse sabiendo que quien lo procura no será ni siquiera
beneficiado, o al menos no principalmente, de la recompensa aparente
de ella.
La figura del Bautista en este Adviento
nos lanza esta exigente propuesta espiritual que, aunque reñida con
los protagonismos no lo está con la riqueza humana que deja como
rédito a quien la trabaja y a su entorno.
En el Adviento entendido como tiempo de
esperanza podemos abrirnos a una doble dimensión de la misma: la
esperanza que se construye en el día a día, como la casa fundada
sobre la roca que no puede ser derribada por la tempestad; y la
esperanza que adelanta la llegada de un nuevo tiempo que se prepara
pero que también se desea y se anhela. Ambas dimensiones pueden ser
dos fundamentos de la esperanza en medio del pesimismo que anida en
nuestras sociedades hoy en día.
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